Porque en aquella clínica nacida al albur de las arboledas de “El Viso” -que en un principio se llamó “Instituto de Psicopediatría de Madrid”– los niños y jóvenes con dificultades no solo eran atendidos pormenorizadamente desde un punto de vista médico por el Dr. Quintero Lumbreras. También tenían la oportunidad de estudiar en sus aulas. De adquirir las destrezas necesarias para, en muchos casos, reincorporarse luego al sistema educativo -y a la vida- como niños y jóvenes perfectamente hábiles.
De aquel pediatra pionero devenido en psiquiatra infantil -al que más de una vez encontré estudiando en su despacho de madrugada- aprendí, como digo, muchas cosas. Una de las más importantes: la gran diferencia -en términos de neurodesarrollo- entre un preescolar, un niño, un adolescente y un adulto joven.
De su mano, gracias a su ejemplo, también aprendí que la paciencia, el cuidado, la atención y el constante estudio son los pilares maestros sobre los que se asienta el trabajo diario con niños y jóvenes en dificultades.
Todas esas enseñanzas me han acompañado a lo largo de mi carrera. Y continúan conmigo en mi trabajo diario en esta clínica. Que no es otra que aquella misma que echó a andar un frío mes de diciembre en “El Viso” gracias al impulso de un pediatra “lumbreras” con una titánica vocación de entrega y una revolucionaria visión científica.
El Dr. Javier Quintero Lumbreras no solo fue un adelantado a su tiempo. Fue, con diferencia, el Maestro del que aprendí las mejores lecciones. En la profesión y en la vida. Fue inspiración, enseñanza y ejemplo contantes. Y fue -y es- ante todo, mi Padre.
Con afecto,
Dr. Javier Quintero Gutiérrez del Álamo