Uno de los principales miedos de los padres cuando sus hijos alcanzan la adolescencia son las adicciones. Bien a través del consumo de algunas drogas como tabaco, alcohol, cannabis, marihuana, cocaína o “pirulas” sintéticas, bien a través del comportamiento adictivo respecto a algunas actividades como el uso de videojuegos, las redes sociales o Internet.
Sean físicas o psicológicas, las adicciones suponen una merma de la calidad de vida de los más jóvenes. Y afectan de manera crítica a su desarrollo psicofísico y emocional y a la normal dinámica de las familias.
En el caso de las drogas “tradicionales”, el consumo de los jóvenes empieza siendo esporádico y generalmente asociado al ocio entre amigos. No obstante, desde el primer contacto con una sustancia potencialmente adictógena se activa el riesgo de que nuestros hijos repitan el consumo y acaben “enganchándose”.
Por otra parte, el abuso y la sobreexposición a las nuevas tecnologías de los jóvenes genera una dependencia y sintomatología idéntica a la de las drogas convencionales: ansiedad, depresión, irritabilidad, autoprivación del sueño, evitación de las comidas, aislamiento de la realidad…, además de una necesidad imperiosa y creciente de “estar conectados” para sentirse calmados y satisfechos.