A lo largo de la infancia, gracias a las capacidades de base y a los estímulos que proporcionan el juego y la educación (dentro y fuera de casa), los niños van desarrollando progresivamente el lenguaje verbal y la lectoescritura.
En algunos casos, este proceso espontáneo de aprendizaje sufre perturbaciones que impiden que los más pequeños alcancen los hitos inherentes a las distintas etapas de su desarrollo. Lo que provoca, una vez son escolarizados, que tengan problemas para seguir el ritmo normal de la clase. O que determinadas asignaturas (o grupos de materias) se le hagan bola.
Las dificultades de aprendizaje pueden deberse a factores de tipo orgánico (bajas aptitudes intelectuales, trastornos del lenguaje como disfasias o dislexias, TDAH, discalculia… etc.) o a circunstancias relacionadas con la falta de metodología y hábitos de estudio.
Por tanto, resulta crucial determinar en las primeras etapas de la infancia el origen de los problemas de aprendizaje de nuestros hijos. Para evitar, entre otras cosas, que fracasen escolarmente. O, lo que es peor, que estas dificultades respecto a otros niños (dentro y fuera de clase) deriven en problemas de aislamiento, autoestima, trastornos de comportamiento y sufrimiento emocional.