La ansiedad es una emoción normal que deja de serlo cuando se convierte en cuantitativa o cualitativamente inadecuada. A lo largo de la infancia y la adolescencia, la ansiedad ayuda a nuestros hijos a manejar las exigencias y amenazas del ambiente. También, a modelar sus estilos de afrontamiento ante las circunstancias y los desafíos de la vida.
Cuando esta ansiedad “buena” -por demasiada- se convierte en negativa, los más pequeños son incapaces de manejarla y se desestabilizan emocionalmente. Es entonces cuando nuestros niños se derrumban y empiezan a percibir algunos eventos y circunstancias como peligrosos y amenazadores. Y aparecen, a renglón seguido, comportamientos aparentemente irracionales como los miedos, fobias o las obsesiones.
De otro lado, y en este mismo contexto de presión por las circunstancias, cada vez es más frecuente la aparición de trastornos depresivos en niños y adolescentes. Que se manifiestan en forma de inquietud, retraimiento, irritabilidad, tristeza y disforia generalizada. En este caso, la expresión clínica de la depresión infantil se acompaña de cansancio, astenia, desgana e incapacidad para disfrutar de cosas y actividades que antes sí eran placenteras para los más pequeños.
Sea cual sea el escenario, si vemos que los síntomas ansiosos y/o depresivos duran mucho tiempo (¡y mucho tiempo es más de una semana!), ha llegado el momento de buscar ayuda profesional.